Cuando me enteré de que estaba embarazada de mi primera hija, tenía 31 años, me había mudado hacía pocos meses de Madrid a Ponferrada y quería continuar ejerciendo la abogacía.
Durante el embarazo seguía planificando mi actividad profesional y tenía pensado abrir un despacho en un piso diferente a mi domicilio.
Por supuesto, el plan era que mi hija fuera a la guardería desde bien pequeña y poder compatibilizar el ejercicio profesional con la maternidad.
Compré mobiliario y todo para mi despacho, no era una mera idea, era un proyecto real y firme.
Y de pronto, me encontré con una criatura entre mis brazos. Algo indefenso, pequeño, enternecedor y que dependía de mí por completo.
Durante los meses de mi embarazo en Ponferrada había conocido a gente muy diferente a lo que yo estaba acostumbrada. Gente pro lactancia, gente que vivía de una forma más relajada, con niños alrededor, que practicaban una crianza diferente a lo que yo había conocido. Leí libros sobre lactancia, crianza etc. Y cuando mi hija nació, supe que no podría separarme de ella para dejarla en una guardería a los cuatro meses de haber nacido.
Pospuse el tema de la guardería y decidimos alquilar el piso para prolongar todo lo que pudiera el estar con ella. Al menos tenía hasta que la niña cumpliera los tres años y empezara la etapa de infantil. Sin embargo, cuando tenía dos años y tres meses me volví a quedar embarazada. Mi segundo hijo nació cuando su hermana tenía tres años recién cumplidos. Corría el mes de febrero de 2011. Mi idea era que la mayor empezara infantil ese septiembre.
Y de pronto, quince días después del parto de mi segundo hijo, una noticia cayó sobre mí sin piedad.
Mi madre tenía un cáncer de mama con metástasis en varias partes del cuerpo.
El tiempo se paró.
Al principio iba a Madrid, a casa de mis padres, y pasaba varios días entre el hospital y su domicilio. Pero en junio la situación era ya irreversible y mi madre fue enviada a casa para cuidados paliativos. Me trasladé de forma definitiva allí para acompañarla en la medida de mis posibilidades.
Y la vida quiso que ese verano, entre el más absoluto dolor y el caos, con un bebé a cuestas y una cría de tres años, mi vecina y ahora amiga Paloma (@paideiaenfamilia) se ocupara en varias ocasiones de echarme una mano con la mayor.
Una noche de ese verano, yo volvía del hospital de paliativos en el que habían ingresado a mi madre ante el cercano final. Mi hija estaba en casa de Paloma. Al ir a recogerla, Paloma me dijo que nos quedáramos a cenar y mi cansado cuerpo no pudo agradecerlo más.
Al sentarme a la mesa, sus cinco hijos fueron apareciendo y sentándose alrededor. Unos con un libro, otros con una calmada conversación, con sonrisas, con amor y delicadeza. Cinco niños a la mesa y una armonía como nunca vi. Era una noche de verano calurosa y perfecta y la paz que sentí en ese momento fue increíble.
“Yo quiero esto”, recuerdo que pensé.
En un momento de la conversación, le pregunté a Paloma si la niña se había portado bien.
- Por favor, es maravillosa… paró un momento a reflexionar y dijo: no la lleves al cole, te la van a estropear.
Y no fue necesario más.
Probé ese año porque el tiempo de matriculación se había pasado entre viajes y cuidados. Me encantó, podía disfrutar de mis hijos. Probé al año siguiente, seguí probando una y otra vez, siempre pensando “el año que viene ya se verá”.
Los días a veces eran duros, a veces solitarios, a veces agotadores…pero la sensación de estar donde quería no me abandonaba. Cambié un sueldo y una carrera por tiempo de juegos, de lecturas, de parque, de bosque, de compañía de otras madres, de cocina, de abrazos, de noches con fiebre, de noches de colecho, de lactancia, de ternura, de calidez, de olor a mantequilla y a guiso.
Y empecé esta aventura de la educación en casa que ya dura dieciséis años.
Si esperabas razones profundas siento haberte decepcionado, no las hubo al principio. Fue solo una corazonada, un instinto. Los tengo y los he tenido a menudo y siempre los sigo. A veces me he equivocado y otras no. Luego a lo largo del tiempo ya han aparecido esas poderosísimas razones que te contaré más adelante.
Tempus fugit.