¡Sorpresa! Por si no lo sabías, la educación sin escuela no siempre es maravillosa. No todo es color de rosa, o fucsia, o cualquier otro color que te parezca adecuado para la felicidad sin límites.
Hay días, semanas, épocas en general, que parece que la educación sin escuela no funciona. Y en esos momentos, las familias, sobre todo las madres, sí, has leído bien, las madres, tendemos al dramatismo y a la exageración. «Esto no funciona, algo hago mal» son frases que me he dicho y me sigo diciendo a mí misma. Constantemente oigo en muchas personas que hacen educación sin escuela.
Cuando esto sucede, la mente suele ir a buscar una solución. Esa solución sencilla, maravillosa, y eficaz suele ser la de pensar que estarían mejor en el colegio, que allí no habría problemas.
Pues no, error. Porque en el colegio hay problemas, y muchos. Otros de distinta índole, pero los hay. Al igual que en la vida y en las familias hay problemas, constantes.
Y entonces, ¿porqué nos pasa esto? Normalmente suele coincidir con épocas de cansancio personal o familiar, falta de realismo en las expectativas y falta de adaptación a cómo son los menores.
Nuestra escolarizada mente adulta se resiste a asumir que los niños hasta bien mayorcitos suelen querer poco más que jugar o disfrutar un montón de lo que les apetece.
Hay familias que tienen la «suerte» de que sus hijos son ávidos lectores, o tienen una curiosidad desmedida por todo lo que huela a aprendizaje, pero la mayoría experimenta periodos de angustia cuando comprueban que bastante más allá de los seis años los niños siguen a lo suyo, que no suele coincidir con lo nuestro.
Si además tenemos varios hijos de diferentes edades, el disgusto está servido porque hay momentos en los que es muy difícil compaginar las necesidades de todos. Cuando son pequeñines es fácil, pero a medida que crecen, la cosa se complica porque el trabajo de desescolarización ha de ser más profundo.
En estos aciagos instantes vienen dos crueles pero necesarios compañeros: la culpa y el miedo. «No soy normal, esta opción es diferente, por eso no funciona, debería cambiar, y si lo hago mal…» y un largo etcétera de mantras que se cuelan en nuestras cabezas.
Estoy segura de que si la educación sin escuela estuviera normalizada, muchas familias que se enfrentan a problemas en el entorno escolar, también se quedarían enganchadas en ese tipo de preguntas pero al revés: sería mejor si no fuera al cole, estaría más tranquilo en casa, iría a su ritmo…pero precisamente la culpa y el miedo nos visitan porque la presión social y la nuestra propia para los que educamos sin escuela es enorme.
El homeschooling no está normalizado, ni es conocido, ni se ve con buenos ojos.
Y en cuanto nos surge un problema, en vez de abordarlo y analizarlo, confiando en nuestra opción, el miedo y la culpa nos llevan al cuestionamiento más salvaje de lo malísimamente que lo debemos estar haciendo.
Pues no. Acepta el miedo y la culpa, y si crees en ello, hazlo con miedo y con culpa.
Ahora que es verano y no hay clases me surge una reflexión: en verano los niños juegan, están relajados y aprenden mucho y muy diferente. Me gustaría poder dejar mi mente en un eterno verano de aprendizaje independientemente de la estación real.
¿Y a ti?