Hoy hace casi tres meses que me enfrenté a uno de los retos profesionales más difíciles de toda mi vida. Tres hermanos entraban en las dependencias de una de las muchas Delegaciones Territoriales de Asuntos Sociales de nuestro país de la mano de sus padres para una ¨visita de rutina¨.
Esos padres salieron de allí sin sus tres hijos y comenzó un camino que hoy, a estas horas, termina. Es un final con puntos suspensivos, pero podríamos decir que es el principio del final.
No es momento de pormenores jurídicos, de explicaros el porqué o el porqué no. De si hubo o no abusos, errores, aciertos o disparates. Eso queda para más adelante, pues el manejo de los tiempos es harto importante. No es momento para el miedo, es momento para la reflexión.
Hoy toca contar que este caso ha traído a mi vida una conmoción como pocas. A mis cuarenta y ocho años, y después de veinticinco ejerciendo, seguía confiando en el sistema. Y ese día, y los muchos muchos posteriores, esa confianza se quebró.
Y se quebró de tal forma que esta familia me ha acompañado en mi corazón, y no os exagero, en cada momento de cada día desde aquel frío día de finales de enero.
Pero soy abogada, y las abogadas que además somos madres, tenemos un plus de sentido justiciero y canalla que nos hace revolvernos contra todo lo que consideramos incorrecto. Recogí los trozos resquebrajados de mi confianza y, muerta de miedo, (sí, muerta de miedo) los pegué a base de estudio, escritos, llamadas, trabajo en equipo, posibilidades, reuniones, búsqueda de opciones y una renovada fe en que el sistema estará podrido, pero nos corresponde a nosotros limpiarlo, porque el sistema somos nosotros.
En estos tres meses he tenido el soporte altruista de un equipo que jamás logré soñar y he aprendido tanto de mí misma y de mis capacidades que estoy bien orgullosa y con confianza y fuerzas renovadas. Como tantas veces, el humor nos ha salvado en multitud de ocasiones.
He confirmado, como siempre creí, que los abogados somos más que abogados, que muchas veces hacemos de psicólogos. He aprendido que puedo ayudar a sostener uno de los dolores más grandes que una madre puede sufrir. He descubierto la increíble fuerza que se esconde en cada ser humano que se permite dejarla salir y elige seguir luchando. No he soltado de la mano a esos padres, que no tenían ninguna otra a la que agarrarse, y ahora están de vuelta. Gracias por no soltaros y por confiar, cuando era tan difícil hacerlo.
Mi confianza en el sistema administrativo y judicial nunca volverá a ser la misma. Y descubro con alegría que eso no es malo, todo lo contrario. Seré más cauta, más previsora, más desconfiada. Y no, no es sinónimo de miedo. Es que a veces la realidad nos regala un tortazo de proporciones épicas, pero si sabes levantarte y utilizar la energía de ese tortazo en tu propio beneficio, la conclusión es que has ganado mucho más de lo que has perdido.
También he constatado algo: hay seres humanos maravillosos que hacen que todo pueda salir adelante y eso significa que siempre hay esperanza.
Gracias Nely, Ibone, Carmela, Esperanza, Elia, Irene, Martha, Paco, Paloma, Pilar y Sandra. Gracias