Razones profundas por las que educo sin escuela

Creo que nunca sabemos bien porqué tomamos determinadas decisiones en la vida, o qué nos lleva a insistir en ellas pese a las dificultades. Quizá haya demasiados condicionantes en el subconsciente como para atrevernos a decir que somos absolutamente responsables de nuestras decisiones. 

A lo largo de todo este tiempo me he encontrado con todo tipo de razones en las familias que educan en casa: educativas, religiosas, políticas, emocionales, morales… e incluso una mezcla de todas ellas. 

Mi razón inicial fue el tiempo. 

Me di cuenta de que era una opción que me permitía pasar mucho tiempo con mis hijos, conocerlos de verdad, estar presente, darles las herramientas personales necesarias para formar una base sólida en su infancia. 

Comencé a leer y a estudiar sobre la escuela tal y como la conocemos hoy en día: es un fenómeno muy muy reciente realmente. 

Fui una alumna institucionalizada, aplicada y brillante, y sin embargo, aquí estoy, educando sin escuela. 

Te puedo dar muchas razones para educar sin escuela, pero te voy a dar diez. 

Ocho son muy serias y dos pueden parecer una broma, pero no por ello son menos serias: 

La primera, creo que los niños no necesitan nada más que a su familia, (a su madre si es posible los primerísimos años – opinión impopular- lo sé), juego y movimiento libre, aire libre, descanso y comida de calidad mucho más allá de los seis años. Podemos añadir, si así lo deseas, lectura de calidad en voz alta y amigos cuando los pidan (la lateralidad cerebral no está bien formada hasta más o menos los siete años y no es hasta ahí cuando la relación con los otros empieza a ser realmente necesaria y de calidad). Si un ser humano consigue tener esas necesidades cubiertas sus primeros ocho años de vida, los cimientos son espectaculares. 

La segunda, los lazos que se construyen con los hijos haciendo educación sin escuela son exponencialmente más fuertes. Se pasan muchas horas con ellos y la evolución de los afectos (los apegos y los desapegos) se produce más naturalmente. Las rabietas de los dos, la crisis de los nueve/diez, los miedos, las angustias y la adolescencia son mucho más llevaderas. Tengo dos adolescentes en casa y no tengo sensación de horror. Son personas maravillosas a día de hoy. 

La tercera, la vida es más relajada, más natural, más tranquila. Hay menos prisas. 

La cuarta, como hay menos dinero en casa, porque uno de los dos no puede currar mucho, se valora muy bien qué comprar y qué no. La economía es más difícil, pero por ende más sostenible y menos consumista. Reutilizar, reducir y reciclar llegan por sí solos. 

La quinta, visitas culturales, salidas al exterior, disfrute de la naturaleza, etc, se pueden hacer sin las habituales aglomeraciones del fin de semana. 

La sexta, la vida familiar se concilia mejor. En nuestro caso, da un poco igual que nuestros hijos se acuesten un poco más tarde que el resto y pueden ver a su padre cuando llega del trabajo porque pueden levantarse un poco más tarde. 

La séptima, el aprendizaje es completamente diferente. La lectura en voz alta es la protagonista y el juego libre aún más. Se basa en las necesidades del menor, va surgiendo con el tiempo y se produce de forma mucho más natural. Además, lo que se aprende por puro interés no se olvida, se entiende y pasa a formar parte de una verdadera cultura. 

La octava, hay mucho tiempo para las conversaciones con tus hijos, y el diálogo es extenso y rico. No hay nada mejor en la vida que saber hablar, conversar, razonar y debatir. Una rica expresión oral es una carta de presentación maravillosa en la vida. 

La novena, puedes estar descalzo mucho tiempo. Es sanísimo. 

La décima, puedes desayunar a la hora que quieras, por lo general, no has de salir corriendo a ningún sitio. También es sanísimo. 

Audere est facere.